
![]() | Name | La leyenda del gran ladrón Reed Miller (III) |
Type (Ingame) | Objeto de misión | |
Family | Book, loc_fam_book_family_1067 | |
Rarity | ![]() ![]() ![]() | |
Description | Un libro de entretenimiento muy popular en Nod Krai. Estas novelas baratas sobre Reed Miller no pertenecen a una misma saga, sino que cada una fue escrita por un autor distinto. La veracidad de su contenido es tan cuestionable como la calidad de su papel y su impresión. |
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Item Story
De Zima sabíamos muy poco. Venía de Snezhnaya, una tierra donde la nieve hambrienta devora sin descanso todo lo que toca. Su nombre no aparecía ni en bitácoras de viaje ni en epopeyas. No era más que una huella efímera, como un copo de nieve que cae sobre una historia legendaria para luego derretirse sin dejar rastro. Su hogar era un pequeño pueblo al sureste de Snezhnogrado, encajonado bajo la sombra de una montaña nevada. Por lo tanto, sus habitantes se ganaban la vida extrayendo hielo. Las historias y leyendas de la montaña se contaban en las noches más crudas como el aire antiguo atrapado bajo capas de hielo. Entre ellas estaban los astutos y traviesos espíritus de escarcha, que robaban las botas de los viajeros perdidos, y las snegúrochkas, unos espíritus pálidos y melancólicos que buscaban el amor de un mortal y, si eran traicionadas, les arrebataban todo el calor, dejando tras de sí una figura perfecta de hielo. De hecho, uno de los compañeros de Zima murió por enamorarse de una snegúrochka, congelado en la ladera de una montaña, con una sonrisa de delirio aún en el rostro. Zima había visto esa sonrisa y le parecía una forma muy poco interesante de morir. Él ansiaba la aventura, un destino que fuera solo suyo, algo que nunca se hubiera repetido. Detestaba la monotonía, incluso la de una muerte singular. Por eso dejó atrás aquella eternidad blanca y viajó hacia el sur, hacia los archipiélagos del mar azul. Allí escuchó hablar de un ladrón legendario. El nombre de Reed Miller ya era leyenda en Nod Krai. Se contaba que el gobernador lo había capturado y enviado a Snezhnogrado para ahorcarlo en público. Pero cuando todos creían que su historia había terminado junto al cadáver que colgaba de la soga, saquearon el palacio del gobernador, en cuya pared había escrito un mensaje burlón con un polvo dorado. Nadie supo nunca cómo escapó de la horca, pero aquel regreso de entre los muertos lo convirtió en un tema de debate eterno en tabernas y en el héroe de todos los jóvenes del puerto. Cuando el famoso ladrón volvió a las andadas, compró una bricbarca y comenzó a reclutar en el puerto a marineros ansiosos de fortuna y emociones fuertes. Zima no lo dudó y se alistó de inmediato. Sin embargo, la vida a bordo distaba mucho de las gestas que corrían de boca en boca. Aunque Reed Miller era célebre por robar a los ricos para ayudar a los pobres, actuaba con la cautela de un comerciante de especias. En sus cartas náuticas no solo se señalaban arrecifes y corrientes marinas, sino que se marcaba en tinta roja cada zona donde se rumoreaba que acechaban monstruos marinos. No dudaba en dar largas vueltas para evitar abismos donde pudieran morar bestias marinas o mares de niebla donde se decía que nadaban serpientes colosales. Los días a bordo consistían en fregar la cubierta, remendar velas y soportar las encías inflamadas por el escorbuto. Zima sintió una aburrida familiaridad, la misma que lo había acompañado en su tierra natal. Más de una vez, en la soledad de la noche, había rezado frente al mar oscuro, deseando una tormenta de verdad o la aparición de un monstruo marino legendario. Quería ver con sus propios ojos al ladrón lanzando el arpón, tal como en las historias, y clavándolo en el ojo de la bestia. Anhelaba aventuras, algo que hiciera temblar su alma. Sus plegarias se cumplieron, aunque de una forma retorcida. Cuando la nave llegó a unas aguas azules y calmas, se empezó a oír un canto. No era un canto humano. Carecía de melodía, pero atrapaba directamente el alma de los marineros ebrios. Las velas cayeron sin viento y el barco quedó inmóvil. Del agua emergió un rostro femenino, pálido y bello. Les exigió un sacrificio como ofrenda para dejarlos pasar, o de lo contrario enviaría el navío entero al fondo del mar. Reed Miller se negó. Ordenó a toda la tripulación taparse los oídos con cera de abeja, intentando bloquear el hechizo de aquella voz, pero fue inútil. La lógica humana parecía perder sentido ante la fuerza de la leyenda. Presas del pánico, los marineros comenzaron a arrojar los cofres llenos de Moras saqueados del palacio del gobernador al mar, creyendo que podrían comprar su paso. Sin embargo, la mujer no prestó ninguna atención a las monedas resplandecientes que se hundían en las profundidades azules, ya que la riqueza humana no significaba nada para ella. Lo único que codiciaba con su mirada eran los propios marineros. Aquel ladrón que ni la horca había podido detener, esta vez tuvo que inclinarse. Con la hoja fría de su sable apuntó a Zima, el cual no opuso resistencia, pues ese era, al fin, el instante por el que había decidido cruzar el mundo. Cuando el agua helada cubrió su cabeza, la imagen de su amigo, aquel que había muerto en brazos de una snegúrochka, apareció ante él, congelada en la sonrisa delirante que recordaba. Zima había huido toda su vida para no repetir un final ya escrito, pero en el último segundo comprendió que todas sus fugas lo habían conducido frente a otro espejo. Su aventura no creó una nueva historia, sino que tan solo fue una nota al pie, invisible y olvidada, en un viejo relato. |
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