El cuento de al-Ahmar

El cuento de al-Ahmar
El cuento de al-AhmarNameEl cuento de al-Ahmar
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyNon-Codex Series, Non-Codex Lore Item
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DescriptionLa historia de un desconocido rey divino de la antigüedad, contada por un genio flotante y de incomprobable veracidad.

Item Story

Según cuentan los habitantes del desierto, el mundo estaba antaño bajo el dominio de un rey llamado al-Ahmar. Fue un rey sabio que dominó el arte de la guerra y la jardinería. También gobernaba los vientos del desierto, las dunas de arena bañadas por la luz de la luna y a los miles de genios que se ocultan entre los sueños y tras los búhos de la noche.

Según dicen, al-Ahmar era el hijo olvidado de los cielos. Por eso, aun dominando cada rincón del mundo, aun siendo venerado por incontables seguidores de las tres tribus, incluso con la admiración de los enigmáticos genios, cuando alzaba la cabeza al cielo y recordaba los paraísos celestiales y los castigos despiadados de mil años atrás, al-Ahmar no podía evitar dejar caer su noble testa y soltar un suspiro lleno de incomprensión.
En tales momentos, ni el cantar de los ruiseñores ni la fragancia de las rosas conseguían apaciguar el pesar del rey.

Los habitantes del desierto conocían ciertas historias antiguas que vaticinaban la venida de tiempos calamitosos. Pero en un mundo en el que los sabios disfrutaban de la paz y de la tranquilidad, en el que los valientes jóvenes y damiselas hablaban de sus emociones cual fieros leones y lindas rosas, nadie preveía el advenimiento del desastre.
¿Cómo pueden los hombres de hoy en día culpar a las antiguas genios? ¿Cómo podría haber previsto Hermanubis, el más culto de todos los sabios, que una tribu de guerreros, una vez capaces de combatir dragones, acabaría mil años después degenerándose en viles comedores de cadáveres, y que su gloria profanada acompañaría a sus restos y serían enterrados bajo dunas de arena dorada? ¿Cómo podría haber previsto que esta tribu, para la cual la sabiduría había sido de gran importancia y que había producido tantos sabios, iba a perder todos sus escritos antiguos y se convertiría en cantantes itinerantes en las dunas de arena sin nada más en mente que entonar largas canciones lamentándose sobre su intemperante emperador que solo las genios pueden entender?
Como anunciaron los sabios, el desastre que todo lo devora suele comenzar con un único pensamiento originado por la fantasía y la ostensible melancolía de un rey.

Y así, los tres altos consejeros de al-Ahmar (¡que mil veces sean malditos!) le plantearon al monarca las siguientes propuestas:

“Majestad, señor de la tierra, rey de este mundo, soberano de mortales y genios...”.
El rey carnero, ministro de ministros, quiso adularle y le dijo:
“Majestad, perdone la intromisión, pero debería saber que uno no puede quedarse anclado en viejos sueños y dejarse embriagar por los pensamientos. Su poder y autoridad en esta tierra son ilimitados, nada le impide a Su Majestad erigir un palacio más allá del firmamento y ofrecer a su pueblo un futuro libre de preocupaciones”.

“No”, respondió al-Ahmar frunciendo el ceño y haciendo callar al rey carnero.

“Majestad, hijo del cielo, yugo de los dioses, el más sabio de todos los sabios...”.
El rey ibis, escriba de escribas, prosiguió:
“Hace mil años, el castigo de los cielos hizo que la sabiduría y la historia se disiparan en la nada. Por el bien de nuestro futuro, Su Majestad debe aprender del pasado. Este oasis que es hoy nuestro reino contiene la sabiduría actual, pero para no repetir los errores del pasado, debemos actuar con presteza”.

“No”. El rey ibis interrumpió su discurso mientras al-Ahmar golpeaba el suelo con su cetro.

“Su Majestad, señor de las dunas y del oasis, guía de los vivos y de los muertos, mensajero de los elementos...”.
El rey cocodrilo, general de generales, intervino sin rodeos y dijo:
“Esta es nuestra última ocasión de recuperar vidas perdidas, oportunidades malgastadas y sueños rotos. Cuanto mayor es el poder, mayor es el vacío; cuanta más sabiduría, más tristeza. Solo la resurrección y la vida eterna pueden compensar el resentimiento infinito”.

Al-Ahmar se quedó en silencio.

“Puede ser”.

El arbitrario monarca escuchó las astutas palabras de sus tres consejeros. Durante cientos de años, al-Ahmar construyó un inmenso laberinto en su reino y se encerró en sus profundidades en busca del conocimiento profundo, oscuro y prohibido, de una medicina mágica que le permitiese abandonar su cuerpo mortal.

Después de aquello, surgió un conocimiento que no debería rememorarse, sino más bien caer en el olvido.

De la noche a la mañana, según cuentan las leyendas de los moradores del desierto, aquel reino sabio e imponente quedó enterrado por las implacables arenas del castigo divino.
Según dicen, al-Ahmar acabó extrayendo su propia sabiduría de su carne y sus huesos y la repartió sin límites por los profundos y sinuosos pasillos, por las escalinatas, los umbrales y por los pilares tallados.
Cuentan también que el cuerpo de al-Ahmar acabó deteriorándose sobre su trono, devorado por inmensos gusanos, mientras que su alma se unió a las millones de almas que vagan por siempre en un vórtice de perdición, arrastrándose sin rumbo por los ominosos pasillos hacia un abismo sin fin...

Así fue como el conocimiento de millones se convirtió en uno solo, que finalmente acabó tornándose locura.
Y así fue como la capital real que había construido al-Ahmar con sus propias manos acabó siendo destruida por esas mismas manos.

Cuentan que cuando llegó la noche, el desierto tembló repetidamente, y que los siete enormes muros del palacio de al-Ahmar se vinieron abajo, uno tras otro. Miles de columnas se derrumbaron, y los toros y los grifos que las decoraban cayeron impotentes hacia un abrazo dorado. Incontables habitantes, sabios e insensatos, héroes y cobardes, desaparecieron aquella noche en la tormenta de arena.
Quienes escaparon y lograron sobrevivir se sumieron en un silencio permanente. Se dice que quedaron ciegos y mudos como castigo por el pecado de haberse aprovechado de un conocimiento prohibido.
Los sabios proclamaron que intentar tomar el conocimiento por la fuerza es muestra de barbarie, y que el resultado es la barbarie misma.

Y por eso, Los Eremitas, descendientes de quienes perpetraron aquella barbarie y perdieron su historia, suelen decir:

“Hemos regresado de aquella tierra perdida.
Hemos cambiado los cielos de nuestra época.
Ya no nos inclinaremos sometidos por el miedo.
Ni escucharemos las palabras de lo sobrenatural.
Cruzaremos el férreo océano de arena,
Y lo surcaremos hasta su mismo confín”.

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