
![]() | Name | El hombre que se convirtió en mula |
| Type (Ingame) | Objeto de misión | |
| Family | Non-Codex Series, Non-Codex Lore Item | |
| Rarity | ||
| Description | Un libro de cuentos recopilado por el Gremio de Aventureros. En él, se relata un cuento de hadas originario del desierto. |
| Table of Content |
| Item Story |
| Obtained From |
| Gallery |
Item Story
| Érase una vez, en la Ciudad de Sumeru, un tonto que era conocido por todos. Se llamaba Ortba y era el hijo de un comerciante y una bailarina. No sabía contar, ni era capaz de aprender las materias que se impartían en la Academia de Sumeru. Era tan ingenuo que se creía todos los trucos que los comerciantes usaban para engañarlo, y siempre caía en las historias más absurdas. Incluso los indigentes que fingían ser discapacitados en la calle lograban sacarle un buen puñado de Moras con frases repetidas hasta la saciedad, además de conseguir sacarle unas lágrimas de compasión. Es más, hasta los habitantes más simplones del desierto resultaban ser más listos que él. Nadie sabía por qué Ortba era tan tonto, pero la gente se burlaba de él: “¡Ja! Es una causa perdida. Nunca podrá ganar dinero, ni mucho menos hacerse un nombre”. Pero los padres de Ortba y los amigos que mejor lo conocían no daban importancia a lo que decían los demás. Ellos siempre decían: “Tiene un corazón bondadoso, y esa es la mayor sabiduría que puede tener una persona”. El tiempo pasó tan rápido como la arena llevada por el viento y, con la ayuda de sus amigos, Ortba consiguió un trabajo arreando mulas. El pago era escaso y el trabajo, duro. La mayoría de la gente no aguantaba ni unos días en ese trabajo, pero Ortba estaba feliz. Aquella mula que tenía una cicatriz en la oreja le resultaba más sincera y honesta que la gente del bazar. Cuando tenía hambre, le daba unos pequeños cabezazos en la cintura mientras rebuznaba, y cuando estaba llena, cerraba los ojos, apoyaba la cabeza en su pecho y relinchaba suavemente. La mula nunca mentía y tampoco se quejaba. Hasta que un día, un estafador se fijó en ellos. Era un hombre despreciable, un vil canalla que había renunciado a su propio nombre. Se ganaba la vida con engaños y mentiras, y con ese dinero solo traía angustia y rabia a los demás. Hasta los escorpiones se negaban a acercarse a él. Un día, Ortba y su mula transportaban mercancías desde el desierto. El estafador, esperando su oportunidad, los siguió de lejos y esperó a que Ortba terminara la entrega. Antes de regresar a la ciudad, el muchacho decidió descansar en un oasis. Aprovechando que Ortba se alejaba a recoger frutas, el estafador desató las riendas de la mula y dejó que sus cómplices se la llevaran para venderla. Luego se las puso alrededor de su propio cuello y se agachó en el mismo lugar mientras esperaba a que Ortba regresara. “¡Uy! ¿Y tú quién eres?”, exclamó Ortba, sorprendido de verlo y con el brazo lleno de frutas. Sabía que ese hombre agachado no podía ser su amiga la mula. “¡Soy un estafador!”, dijo el mentiroso, fingiendo llorar. “Solía ser un estafador, malvado y despreciable, sin moral ninguna. He contado innumerables mentiras por dinero, lastimado a muchas personas e incluso engañado a mi propia madre. Como castigo, ella fue al desierto y, entre lágrimas, le rogó a al-Ahmar que me enseñara a ser persona. Entonces, al-Ahmar me convirtió en una mula para que guardara silencio y expiara mis pecados con mis acciones. Solo podría recuperar mi forma humana cuando hubiera aprendido de verdad a ser persona”. Ortba se sentó en el suelo y escuchó aquella mentira. Rompió a llorar de emoción mientras el estafador también forzaba el llanto. “¡Ah! Pues, si ya eres humano, ¡eso significa que te has convertido en una buena persona!”. Ortba saltó de alegría. Tomó las manos del estafador y le entregó todas las frutas que llevaba. “Eres mi amigo. Te he visto beber agua en mis brazos y dormir a mi lado. Te quiero, y me alegro de que hayas cambiado para bien. Ve con tu madre, seguro que ella también te quiere y ha llorado por ti. Vamos, tienes que regresar, y de paso llévale estas frutas, ¡seguro que se pondrá muy contenta!”. El estafador agarró las frutas. Sintió que su garganta, la misma con la que había dicho tantas mentiras y proferido tantas maldiciones, se le llenaba de arena. Entonces, asintió y se dijo a sí mismo: “Qué tipo más tonto. ¡Cayó por completo en mi engaño!”. El estafador se marchó y Ortba recogió las riendas. Luego, entusiasmado, corrió de vuelta a la ciudad para contarles a sus amigos la historia de la mula. Al escucharlo, uno de sus amigos mercenarios enrojeció de ira. En su pecho ardía un fuego que ansiaba hacer justicia, de modo que el hombre, de complexión robusta, agarró su espada, saltó del asiento y gritó furioso: “¡Ese canalla te engañó! ¡Pisoteó tu bondad solo por dinero! ¡Dime cómo se llama! ¡Le arrancaré la lengua a esa hiena para que nunca más pueda humillar a alguien de buen corazón!”. Ortba seguía riéndose a carcajadas. Apartó suavemente la mano de su amigo de la espada y la llevó hasta una copa de hidromiel, la cual rellenó. “Gracias por enfadarte por mí, pero en mi opinión, esto es algo bueno. Si lo que dijo era verdad, entonces el mundo tiene un malvado menos que castigar, y un hombre bueno más que se arrepintió y recuperó la ética. Y si lo que dijo era mentira, el mundo tiene una serpiente venenosa menos que se atrevía a engañar hasta a su propia madre, y también a una madre menos que, entre lágrimas, se vio obligada a maldecir a su propio hijo”. Otro amigo, un erudito con cierta fama en la Academia de Sumeru, negó con la cabeza resignado y comentó: “Ortba, admiro tu bondad. Es el tipo de sabiduría más escasa y también la más despreciada por la gente. Pero los malvados merecen un castigo. De lo contrario, la bondad solo será pisoteada una y otra vez. Aunque preferiría que juzgaran a ese estafador... ¡al diablo con todo! ¡Insultó a mi amigo y merece un castigo!”. Sintiendo la frustración de sus amigos, Ortba hizo una pausa, tomó la jarra y llenó todas las copas. Pero sus amigos, que lo querían profundamente, seguían en silencio. Sus ceños fruncidos eran como tormentas de arena que, en un solo instante, se convierten en montañas. De pronto, otro amigo abrió la puerta de la taberna gritando: “¡He visto a la mula de la cicatriz en la oreja! ¡Está en el bazar!”. El mercenario bebió de un trago su hidromiel y exclamó: “¡Perfecto! Tenemos la huella de la hiena. ¡Solo tenemos que seguirla y la atraparemos!”. Ortba y sus protectores amigos corrieron hacia el bazar. Allí estaba la mula, justo en el medio. Sorprendido, el muchacho se acercó con la intención de decirle algo. Su amigo mercenario ya estaba preguntando a la gente quién la vendía y dónde estaba su vendedor. Mientras tanto, el erudito, que conocía bien la forma de ser de Ortba, se ajustó los lentes y le tiró discretamente de la manga para indicarle que no hiciera en público algo tan extraño como hablar con una mula. Pero Ortba le dio a su amigo una suave palmada en la mano, se agachó y susurró al oído del animal: “¿Cómo es que vuelves a ser una mula? ¿Acaso le mentiste otra vez a tu madre y la pusiste triste? Ay... Está bien, volveré a comprarte. Si caes en manos de otra persona, seguramente lo pasarás mal. Pero no digas ni una palabra, o si no, pensarán que eres muy especial y no podré pagar el precio que te pongan”. Mientras contaba los Moras que tenía en el bolsillo, un hombre de piel morena y ojos dorados le puso la mano en el hombro. Entrecerrando los ojos, dijo suavemente: “Soy el dueño de esta mula. Dime, ¿quieres comprarla?”. “Sí, quiero comprarla. Es mi amigo, él...”. Ortba bajó la mirada, sin querer revelar la desgracia de aquel hombre. No quería que nadie se enterara de las cosas malas que había hecho. “Por ahora no puedo vendértela. Además...”. El hombre sacó otras riendas y se las entregó a Ortba. “Esta es tu fiel amiga, querido Ortba. Llévatela, llévala a casa”. Ortba miró fijamente a la mula con la cicatriz en la oreja. Ella también lo reconoció y le dio un cariñoso golpecito en la cintura. Ortba acarició sus crines, pero... “Pero... esta mula es idéntica a mi amigo”, dijo sorprendido. ¿Cómo podía una persona convertirse en dos mulas? ¿Qué pecado tan grande tenía que haber cometido para merecerse eso? “Así es. Él también es tu amigo”, respondió el hombre de tez morena con una sonrisa. “Pero cometió un pecado y lo castigué convirtiéndolo en una mula torpe e incapaz de hablar”. Ortba parpadeó y en un instante comprendió quién era realmente aquel hombre que sostenía las riendas. Sin embargo, él solo pensaba en su amigo; aquel al que había salvado y que ahora había vuelto a perder el rumbo. “¿Qué pecado cometió? ¿Le mintió otra vez a su madre?”, preguntó entristecido. “No. Su pecado fue cien o incluso mil veces más grave”, contestó el hombre. “Rechazó una bondad muy difícil de encontrar, y por eso jamás volverá a encontrar otra bondad que pueda salvarlo”. Ortba quiso preguntar más, pero una ráfaga de arena le cegó los ojos. Cuando volvió a abrirlos, el hombre ya no estaba. Los amigos del joven, que por algún motivo se habían perdido en ese tiempo, llegaron junto a él, ansiosos por saber dónde estaba el estafador. “Volvió a equivocarse y lo convirtieron de nuevo en mula”, dijo Ortba con tristeza. “Ojalá todavía pueda tener una oportunidad para redimirse”. Ortba volvió a casa acompañado de sus amigos y guiando a la mula. De regreso, no podía dejar de pensar: “Tendré que ahorrar más Moras. La próxima vez que lo vea, quién sabe cuánto me costará comprarlo”. |
Obtained From
Quest
| Icon | Name | Description | Rewards |
| El hombre que mintió | Parece que Néfer ha publicado un encargo en el Gremio de Aventureros... | ||
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Yoimidya 2.0 - Raiden 2.1 Cryno 3.1 - Nahida 3.2 Wriotheshitty 4.1 - Furina 4.2 Trashcan 5.2 - M...