El eco de la caracola (II)

El eco de la caracola (II)
El eco de la caracola (II)NameEl eco de la caracola (II)
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyBook, loc_fam_book_family_1069
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DescriptionUna historia que ha sido muy popular en esta tierra desde siempre y que trata sobre unos niños que hablan a través de caracolas en los páramos fronterizos. Ya nadie sabe cuál fue su autor original.

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“Ya sabías que esto terminaría así...”.
La muchacha con gafas encontró al chico bajito y lo trajo de vuelta, mientras los demás niños, con miradas rebosantes de preocupación, se apartaban para abrirles paso.
Al final del camino, el muchacho apuesto estaba desplomado sobre un asiento improvisado con un montón de objetos pesados. Su piel, de un tono azulado, hacía resaltar aún más sus facciones; sus labios, teñidos de un púrpura intenso, brillaban a la luz inquieta del fuego, como si una extraña cortina de llamas ondeara al viento.
No tenía heridas visibles, pero sus brazos colgaban sin fuerza, como si llevaran así demasiado tiempo, rígidos como cubiertos de yeso.
A sus pies yacía el cuchillo del que tan orgulloso había estado.
Nadie se había atrevido a recogerlo.
“Siempre pasa lo mismo, pero no pensé que ocurriría tan rápido”.
El chico tomó el cuchillo. El metal estaba duro, pero mellado; el filo mostraba grietas y ondulaciones desde hacía tiempo, fruto de su prolongado uso.
El joven jamás había cuidado esa herramienta. Pero era su única fuente de poder, así que prefería que nadie supiera que estaba deteriorada.
Con el tiempo, eso lo volvió desconfiado; su sueño era más ligero, su carácter, más irritable. El miedo a mostrar debilidad, como hacían los adultos, solo lo llevó a exponer más sus puntos débiles. El final era inevitable.
En realidad, en la mayoría de las historias... lo único que se necesita es un poco más de paciencia.

“¿Desde cuándo supiste que esto iba a pasar?”.
“Desde que me pidió la caracola”.
“¿La caracola?”.
“La caracola no es nada. Solo un juguete que encontramos en la playa. Si la quería, debía soltar el cuchillo mellado. No puedes empuñar un cuchillo y, al mismo tiempo, sostener la caracola sin perder agilidad”.

Entonces, unas manos surgieron entre el grupo. Su dueño sostenía la caracola y se la ofreció al chico.
El chico miró y vio marcas rojas en aquellas palmas bajo de la caracola, las líneas que quedan tras agarrar fuertemente una áspera cuerda.
“¿Qué vas a hacer entonces?”, preguntó la chica con gafas.
Él tomó la caracola. Pensó en soplarla como en las historias ilustradas, pero, sin modificarla previamente, el sonido sería apenas un par de bufidos ridículos.
Así que se la llevó al oído y escuchó el murmullo de las olas en su interior.
“Vamos a construir aquí una ciudad que sea nuestra, un paraíso para los niños y las niñas. Esta caracola ya no pertenecerá a una sola persona: cualquiera podrá alzarla y decir lo que quiera, hacer la propuesta que desee”.
“Pero algún día creceremos... y nos convertiremos en los adultos que no queremos ser”.
“No importa. Siempre habrá un mañana. Siempre habrá nuevos niños y niñas. Y si no les gusta aquello en lo que nos hemos convertido, tendrán que destruir nuestro mundo con sus propias manos”.
Aquel era un chico bajito y de aspecto normal y corriente. Un chico listo.
Arrojó el cuchillo mellado al mar.
Y colocó la caracola entre la multitud de niños.

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