La historia de Kuntur

La historia de Kuntur
La historia de KunturNameLa historia de Kuntur
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyLa historia de Kuntur
RarityRaritystr
DescriptionUna historia popular de autoría desconocida y transmitida de manera oral en Natlan durante generaciones.

Item Story

Tras el regreso de Qoyllor al cielo, Ukuku, que había quedado cegado por la flecha dorada del sol, se quedó en la tribu para criar solo al pequeño Kuntur. De hecho, la mayoría de la gente de la tribu sabía lo que había pasado, y aunque no expulsaron al padre y al hijo, los evitaban todo lo posible. Al fin y al cabo, incluso Kuntur, un bebé que entonces ni siquiera sabía hablar, se vio implicado al igual que su callado padre. Y allí donde aparecieran, el sol se retiraba tras las espesas nubes y recogía toda su luz. Por lo que ¿quién podía garantizar que el sol no se enfadaría con quienes se relacionaran con ellos? Bueno, en ese momento nadie en la tribu se atrevía a intentarlo.
A pesar de no ser querido por el sol, Kuntur creció. Sin embargo, al igual que el mahís que había frente a su casa, que era mucho más pequeño que el de los vecinos, Kuntur era un poco débil en comparación con los jóvenes de su edad. El pobre chico nunca había sabido lo que era sentir la calidez del sol, y por eso su cara era de un tono pálido, a diferencia del tono de un niño normal. Pero sus ojos eran tan brillantes como las estrellas, al igual que los de su madre. Cabe decir que, en ese entonces, su padre se había sentido atraído por esos ojos, y por eso llegó a tomar una decisión insensata que lo llevó a ser castigado.
“¿Existen Iktomisaurios a que no les gusta el sol?”.
Un día, Kuntur le lanzó esa pregunta a Ukuku. Este no respondió, sino que siguió afilando su flecha. A pesar de estar ciego, era un buen cazador.
Era normal que Kuntur preguntara algo así; después de todo, en ese momento, casi todos los niños de la tribu eran inseparables de sus compañeros saurios. Kuntur también quería tener uno, pero claro, a ningún Iktomisaurio le gustaba vivir siempre en la sombra, incluso aunque parezcan más animados por la noche. En cualquier caso, ahora sabemos que no pueden no tener ningún contacto con el sol.
Kuntur buscó durante mucho tiempo, pero no encontró a un Iktomisaurio al que no le gustase el sol. Y el único con el que podía contar, Ukuku, solo se enfocaba en darle de comer cazando y no se preocupaba por encontrarle un compañero saurio. Y era entendible, ya que el compañero de Ukuku había elegido ser el ayudante de Qoyllor cuando abandonó la tribu. Ukuku se había acostumbrado a vivir sin su compañero saurio, igual que se había acostumbrado a vivir sin sol ni vista, y había pensado que Kuntur algún día también se acostumbraría y dejaría de preguntarle eso. Así pues, se limitó a responderle con su silencio habitual.
Menos mal que Kuntur solo se parecía a medias a él, ya que de lo contrario, no habría historia después de eso.
Kuntur no era de esos que se quedaban de brazos cruzados a esperar lo que le deparaba el destino, y a pesar de que no pudo encontrar un compañero Iktomisaurio, no iba a dejar que los demás se burlasen de él. Había respondido con puños a todos aquellos niños que se atrevieron a burlarse de él.
Al principio siempre perdía, y era razonable, ya que era bajito y no tenía mucha fuerza. Al verlo hecho un desastre en el suelo, esos niños que se burlaban de él se reían aún más. Pero poco a poco, dejaron de reírse tanto y empezaron a no atreverse a hacerlo, pues se dieron cuenta de que Kuntur aprendía con rapidez y llegó a igualarlos en fuerza. Al final, incluso sin la ayuda de un compañero saurio, fue capaz de ganar el respeto de los demás con sus puños.
Tras convertir los gritos de burlas en susurros, Kuntur seguía sin estar satisfecho. Ahora sabía que, con la fuerza, podía conseguir un respeto aparente de los niños, pero seguía sin tener su compañero saurio, y seguía sin ser amado por el sol. Aunque muchos de los adultos de la tribu lo trataban con indiferencia, a Kuntur no le gustaba cómo lo miraban.
Por eso, decidió hacer una hazaña con la que demostrar su valía. Pensó que, cuando lo consiguiera, no habría más gente que lo despreciara, y seguro que habría saurios que querrían ser su compañero.
La oportunidad llegó pronto. Un día, un anciano desaliñado se acercó a la tribu para pedir agua. Los miembros de la tribu se apiadaron de él, y uno de ellos lo invitó a su casa:
“La gente de la tribu tenemos buen corazón, y por tu aspecto debes de haber viajado hasta aquí desde muy lejos, así que no te cortes, deja que te sirvamos lo que quieras”.
“Si ustedes tienen un buen corazón, denme la mejor comida que tengan, ¡me muero de hambre!”.
El anfitrión sacó la mejor comida que tenía para el invitado, pero este comió durante siete días y no llegaba a saciarse.
“¿Tienes más? ¡Quiero más! ¡No seas tacaño y saca todos los platos!”.
El anfitrión tuvo que echar a su invitado, pero no porque no le quedara más comida, sino porque tenía que pensar en su familia y en sí mismo.
“Le di comida durante siete días seguidos. Ya demostré mi bondad, ahora le toca a otro”.
“Bondad” es una palabra agradable, sobre todo cuando se utiliza para describirse a uno mismo. Así pues, la gente de la tribu ofreció al viejo desaliñado todo tipo de cosas, pero nadie fue capaz de satisfacerlo. Sus deseos eran insaciables. Al final, a nadie le quedaba más remedio que negar con la cabeza y pedirle que se marchara.
La familia de Kuntur era la única que aún no había acogido al anciano.
“Si tú también eres bondadoso, ¿qué vas a ofrecerme?”.
“¡Espera! Nunca dije que fuera bondadoso, y no tengo nada para darte. Además, aunque lo tuviera, tampoco te lo daría, porque ya comiste, bebiste y te llevaste un montón de cosas”.
Al ver que Kuntur echó al viejo, muchos miembros de la tribu empezaron a regañarlo. Pero nadie se esperaba que ese viejo desaliñado fuera el infame brujo Rumi disfrazado. Y esos que aceptaron ofrecerle hospitalidad, pero que no consiguieron saciar su apetito, fueron víctimas de sus hechizos malvados. Cuando estos se despertaron de sus pesadillas, ¡el brujo Rumi había secuestrado a todos los saurios de la tribu!
Muchos en la tribu habían oído los terribles rumores sobre Rumi, y nadie sabía qué tramaba al secuestrar a los saurios, pero todos sabían que si no lo detenían, las consecuencias serían horribles. En un intento por recuperar a los saurios, la tribu envió a tres de sus guerreros más fuertes a desafiarlo, pero ninguno de los tres regresó jamás.
“Ni el guerrero más fuerte es rival para el brujo Rumi sin la ayuda de su compañero saurio...”.
Cuando la gente de la Tribu estaba a punto de perder la fe, Kuntur dio un paso al frente y se ofreció voluntario para intentarlo. ¡Pero él era Kuntur, aquel al que no quería el sol! Además, nunca había tenido siquiera un compañero saurio, así que nadie creía que lo fuera a conseguir, pero tampoco hubo nadie que lo detuviera.
“Al menos no tengo nada que perder, ya que no puede robarme algo que nunca he tenido”, pensó Kuntur lleno de confianza, y entonces emprendió su aventura.
Mientras Kuntur avanzaba, Rumi invocó una densa niebla para atraparlo. Sabía que era odiado por el sol, así que no habría luz solar que pudiera disipar la bruma para despejarle el camino. Pero Kuntur había aprendido a cazar y rastrear con su padre ciego, por lo que, aunque no pudiera ver, podía encontrar el camino correcto sirviéndose del oído y el olfato. Así pues, la niebla no consiguió atraparlo.
Tras el fracaso de su plan, Rumi ideó otro y envió a tres pakpakas parlantes para engañar a Kuntur. Estos tres pakpakas eran los guerreros enviados anteriormente por la tribu, a los cuales Rumi había derrotado por sus respectivas debilidades y había transformado en esa forma. No creían que Kuntur, aquel al que no quería el sol, pudiera vencerlos, y utilizaron las mismas palabras que Rumi empleó en ellos para engañarlo.
Pero Kuntur no se dejó engañar, pues su padre había sido castigado por engaño y traición, así que odiaba las mentiras y siempre las reconocía a la primera. Los guerreros de la tribu se enojaron porque el chico destapó sus mentiras, por lo que intentaron bloquearle el camino, pero entonces, él usó sus puños para abrirse paso.
Y de esta manera, Kuntur superó todas las pruebas y finalmente encontró al brujo Rumi y a los saurios secuestrados.
Rumi lanzó sus maléficos hechizos para asustar a Kuntur, pero ni las monstruosas olas ni la lava ardiente pudieron asustarlo. No eran más que trampas ficticias de una magia maligna, igual que la niebla de antes, así que no tenía nada que temer.
La magia maligna no funcionaba con Kuntur, pero sí con los saurios, de modo que Rumi usó hechizos malignos para que estos cumplieran sus órdenes. Sin embargo, sorprendentemente, los saurios tampoco eran rivales para Kuntur.
“¡Tus puños son más duros que las piedras más resistentes que he visto en mi vida!”.
Ninguno en su sano juicio querría enzarzarse en una dura pelea contra semejantes puños, y Rumi estaba en su sano juicio. Al ver que estaba en desventaja, ignoró a los saurios que había secuestrado, se transformó en humo y huyó.
Aunque Kuntur podía reconocer las trampas de los hechizos malignos y las mentiras, no podía hacer nada si el brujo se transformaba en humo. Pero ¿cómo iba a echarse atrás? Su idea era demostrar su valía a todos los miembros de la tribu con esta hazaña, así que decidió capturar al brujo Rumi a toda costa.
En ese momento, vio a los Iktomisaurios aún atados y pensó que, aunque no eran sus compañeros, si Rumi podía manipularlos con un hechizo maligno, quizás él también podría hacerlos obedecer con su fuerza. Así, podrían investigar el rastro de Rumi y distinguir sus transformaciones.
Cuando desató a los Iktomisaurios, las pobres criaturas, que aún sufrían los efectos del hechizo maligno, gritaron agitadas, y a Kuntur le costó calmarlas. El chico reconoció de un vistazo al más valiente de ellos.
“Bueno, ahora tendrás que ayudarme a buscar al brujo Rumi, por el bien de mi honor y... eh... por el bien de los guerreros de la tribu que se convirtieron en pakpakas”.
El Iktomisaurio parecía un poco disgustado e intentó librarse, pero era incapaz de moverse, ya que Kuntur lo sujetaba. La bestia miró con tristeza al intrépido joven, el cual no pudo evitar sentir lástima, ya que claro que podía domar al Iktomisaurio con facilidad, pero si lo hacía, no habría ninguna diferencia entre él y Rumi. Sin dudarlo mucho, tomó una decisión.
“¡Vuela, ve a donde quieras!”, en el instante en que Kuntur soltó las manos, el Iktomisaurio agitó las alas para volar y pronto desapareció en el cielo.
Al final, Kuntur persiguió a Rumi por su cuenta. Los saurios liberados no sabían hablar, y los honores sin fundamento no son honores, así que Kuntur dio el primer paso en el camino de demostrar su valía. Sin embargo, era algo complicado, pues Rumi se había convertido en humo y a saber a dónde estaría.
Había oído rumores sobre Rumi por los cuentacuentos y mensajeros bien informados de la tribu, y supuso que adoptaría la forma de un animal para evitar ser localizado, así que por el camino luchó contra diplocerontes y compitió contra saltamontes, pero todo fue en vano. Parecía que, sin la ayuda de un compañero Iktomisaurio, sería difícil encontrar a Rumi.
Pero Kuntur no solo había heredado de Qoyllor unos ojos brillantes como estrellas, sino que, al igual que ella, había vagado por el desierto incansablemente en busca del rastro de las estrellas. Kuntur tampoco se desanimó en su búsqueda de Rumi, y la confianza que había ganado al salir de la tribu no se vio afectada.
Un día, oyó unos gritos que le resultaban familiares: era el Iktomisaurio que conocía, el que había liberado y el más valiente de la tribu, pero que aún no tenía un compañero humano. Se había marchado, pero ahora había regresado. Por alguna razón, lo cierto es que los Iktomisaurios son criaturas sabias que eligen a sus compañeros, y al parecer Kuntur había conseguido su reconocimiento; por eso el Iktomisaurio había regresado y decidió de buena gana ayudar a Kuntur.
Con la ayuda del Iktomisaurio, el astuto Rumi no tendría nada que hacer. Este último se transformó en ciervo para deshacerse de Kuntur, pero la velocidad del joven era comparable a la de los ciervos.
Al ser casi alcanzado, Rumi, presa del pánico, se transformó en un acuibara y se zambulló en el agua. Se reía a escondidas porque supuso que Kuntur no sabía nadar, pero su compañero Iktomisaurio no solo era valiente, sino también inteligente, y aleteó en el aire para invocar un torbellino. Entonces, Kuntur, cabalgando sobre el viento, lo persiguió con gran facilidad, como si sus pies fueran alas, e igualó la velocidad de Rumi en forma de acuibara.
El brujo, alarmado, salió del agua. Esta vez se transformó en ave y se lanzó directo hacia las nubes. Aquello no era una buena idea. El Kuntur de antes podría haberse desanimado ante tal situación, pero ahora que contaba con ayuda, las cosas eran muy diferentes. Su compañero Iktomisaurio lo guio a través de las nubes y finalmente alcanzó al astuto brujo, quien, al ver que no había forma de escapar, se convirtió en una roca y pensó que ya no había nada más que Kuntur pudiera hacerle. Pero el chico tomó la piedra con fuerza y dijo: “¡Vuela, compañero mío, vuela más alto!”.
Volaron cada vez más alto, hasta cruzar las nubes, donde Kuntur vio por primera vez el aspecto del sol. Pero antes de que pudiera decir nada, el astro rey invocó más y más nubes para rodearlos. Kuntur y su compañero saurio tuvieron que buscar una salida, y para ello cruzaron tormentas eléctricas. Hacía tanto frío en las alturas que hasta las pestañas de Kuntur tenían escarcha, y la piedra en la que se había transformado Rumi estaba tan congelada que ya no podía hacer más de las suyas.
Después de superar un peligro tras otro, Kuntur y su compañero regresaron a la tribu y contaron su maravillosa experiencia. Luego colocaron en su lugar correspondiente la piedra en la que se había transformado el brujo Rumi. Por su parte, los tres guerreros de la tribu que habían sido convertidos en pakpakas recuperaron su forma humana porque Rumi se había convertido en piedra. No obstante, seguían evitando a Kuntur como antes, pero no por odio o miedo, sino por vergüenza y arrepentimiento; después de todo, habían intentado engañarlo con toda clase de falacias.
Y así, Kuntur demostró su valía a todos los miembros de la tribu y obtuvo el honor que buscaba. Sin embargo, tal vez para él, lo más importante fue haber encontrado a su compañero Iktomisaurio.

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