Las llamas del crepúsculo otoñal (II)

Las llamas del crepúsculo otoñal (II)
Las llamas del crepúsculo otoñal (II)NameLas llamas del crepúsculo otoñal (II)
Type (Ingame)Objeto de misión
Familyloc_fam_book_family_6969437, Book, Non-Codex Series
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DescriptionUn pergamino que ha pasado de generación en generación en la Tribu Plumaflora. Parece como si se tratara de dos historias de épocas diferentes que se mezclaron en algún momento.

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“Este era el jardín favorito de mamá”, respondió en voz baja mientras acariciaba con sus largos dedos una flor que no podía nombrar. En su voz indiferente se ocultaba un ardor que se asemejaba al combustible que ella había enterrado bajo el almacén. Ella no le miró a la cara a propósito, pues sabía lo que iba a decir: posiblemente alguna metáfora vulgar o algo sincero pero irrelevante para consolarla; algo como que “no se pusiera demasiado sentimental por lo que ya ha ocurrido” o que “fantaseara con él sobre un futuro que nunca llegaría”. Y luego, como había hecho innumerables noches, él le acariciaría la mejilla con la misma suavidad con la que ella acariciaba aquella flor. El calor persistente de la tarde otoñal y el chirrido de los insectos la molestaban, así que, antes de que él dijera nada, ella arrancó el tallo, se volvió hacia la mirada atónita del otro, sonrió y colocó cuidadosamente la flor ígnea en su cuello dorado. “Vamos, alguien más se encargará de cuidar las flores de este jardín”.

El dragón se detuvo un momento y entrecerró los ojos ligeramente mientras observaba la ardiente oscuridad que lo rodeaba. Evidentemente, no había caído en la trampa. Sí, ella lo había traído hasta aquí, a esta estrecha cueva, pero ¿y qué? Él la miró con menosprecio, y con una mirada tan penetrante como las plumas de las que tanto se enorgullecía. No se parecía en nada ni a su madre, ni a la arquera que se había disparado en la garganta décadas anteriores, ni a la mujer que lo había echado a las sombras del bosque profundo como si fuera una alpaca de carga, ni a la mujer que lo había privado del simple placer de destruir las aldeas de los humanos —aquella mujer que tenía derecho a ser odiada por él. No, esta cría temblorosa no era más que un débil eco de aquella mujer. De hecho, no podía hacer nada contra sus afiladas garras, y mucho menos contra aquel destino pálido y espantoso. Su existencia era una burla a su linaje, una deshonra para el antiguo linaje de los dragones. ¿Qué absurda idea la había llevado a atraerlo hasta aquí? Semejantes trucos infantiles solo la conducirían a la muerte. Un olor débil y extraño flotaba en el aire. Una brizna de inquietud cruzó sus pensamientos y se disipó en la arrogancia.

Al empujar la antigua puerta de madera, percibió un olor ligeramente extraño, como a queroseno o madera seca. No le dio importancia, solo la tomó de la mano y caminó hacia las sombrías profundidades del almacén. Murmuró en su mente que, pasara lo que pasara, la guiaría hacia adelante, igual que algún día guiaría a toda la Tribu Plumaflora. Inconscientemente, levantó la cabeza y miró el cráneo de un dragón gigante que colgaba en lo alto. No recordaba una colección así aquí, al menos no había visto tal cosa hasta que dejó la Tribu Plumaflora, pero eso era irrelevante. Lianca y la heredera que eligió estaban muertas, y su débil hija menor era incapaz de ostentar el poder de la tribu. Solo él, que había crecido con la hija menor y gozaba de la confianza del rey sagrado, estaba cualificado para conducir al pueblo ignorante hacia ese futuro que el rey había descrito. El anciano Nyamgondho no tenía nada que objetar, pues él también era de la Tribu Plumaflora. Tras la noche de bodas, todas las voces opuestas se acallaron.

En medio del silencio, un pensamiento extraño, como un sueño nunca antes experimentado, irrumpió inoportunamente en sus pensamientos... Si él nunca hubiera abandonado la Tribu Plumaflora, si aquel joven al que ella había añorado hubiera estado a su lado, si nunca hubiera ido a servir al rey sagrado, ¿qué opinaría al ver todo lo que había crecido y al encontrarse con su desobediencia? ¿Se sorprendería gratamente o se sentiría triste? Los ojos ardientes de la bestia la miraban fijamente en la oscuridad. El latido de su corazón se entrelazaba con su respiración, indistinguibles el uno del otro. Con un movimiento imperceptible, las chispas saltaron a lo largo de la mecha hasta el bidón de aceite cercano.

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