Mientras caminaban por el sinuoso sendero hacia el almacén, a través de las hojas secas que caían como gotas de lluvia, ella examinó su perfil disimuladamente. Parecía intentar juntar su rostro con la imagen que ella recordaba. Después de varios años sin verlo, había crecido bastante y su vestimenta era mucho más elegante. Esto último no era de extrañar; al fin y al cabo, ahora era el escribano de la Gran Alianza y había venido a recibir la bandera de la Tribu Plumaflora en nombre del rey sagrado, así que era natural que vistiera decentemente. “Ha cambiado... Bueno, lo raro sería que no lo hubiera hecho”, pensó ella. Aun así, él seguía siendo tan torpe como siempre. “Te aseguro que el chef será de tu agrado”, dijo él, e hizo una pausa esperando que ella respondiera. Sin embargo, ella permaneció en silencio, así que él continuó: “Cuando lleguemos a la Ciudad de las Cenizas y hayamos visto a Su Majestad...”.
El dragón no aguantaba aquella charla interminable, por lo que soltó un rugido ensordecedor que la interrumpió. Podía oler en ella esa peste que tanto le repugnaba; una peste que ni siquiera se podría eliminar agotando el agua de los manantiales del sur. “Desgraciado insecto”, pensó. “Cree que puede arrebatarme estas llanuras ardientes con las artimañas de traidores y locos”. El dragón la persiguió para atravesarla con sus afiladas garras y para clavarla en la arena, aunque ella ya lo había evitado dos veces.
Ella fingió no preocuparse por lo que él pensara y se limitó a devolverle una sonrisa gentil. Él la miró fijamente por un momento, con la intención de descifrar sus sentimientos más sutiles fijándose únicamente en las comisuras de sus labios. Como de costumbre, no encontró ningún rastro de resistencia en aquella máscara de indiferencia. Con algo de simpatía, pensó que siempre había sido así. Desde el primer día en que se conocieron, había sido tranquila y dócil. Nunca se resistía, como un acuibara débil a la orilla del agua, y siempre aceptaba de forma muy natural lo que le deparaba el destino. Era todo lo contrario a su dura madre. “No te preocupes”, le dijo él de repente. “Aunque los demás se hayan ido, yo estaré a tu lado hasta que la muerte nos separe”. Ella lo miró, sonrió y le agarró obedientemente la mano. “Hasta que la muerte nos separe”, repitió ella en voz baja, como para sí misma. Por un momento, una grieta pareció aparecer en aquella máscara perfecta, pero él no se dio cuenta. Nunca se daba cuenta de nada. “Pobre hombre”, pensó ella. “Siempre ha deseado hacer su papel lo mejor posible, pero nadie le ha dicho nunca que lo está haciendo bien. Qué desafortunado”.
Pero la fortuna no era el factor decisivo, sino solamente una pequeña anotación sobre esta larga caza. Durante todos estos años, ella no dejó de seguir a ese dragón gigante para no perder de vista ese siniestro olor. Conocía su vanidad, razón por la que se dejaba seducir por las palabras, y confiaba en que era dueño de su destino y podía desafiar el final al que estaba destinado a llegar. Tales vanas ilusiones lo conducirían hasta aquí, igual que los delgados dedos de ella estiraban la tensa cuerda del arco. No movió ni un pelo, y tampoco le quitaba ojo a la bestia que se acercaba, cuyo magnífico cuerpo casi llenaba la entrada de la cueva. Ella podía sentir su mirada, la mirada de un depredador, y allí estaba ella como un diminuto gusano, una pluma en el viento, insignificante. “¿Qué es este lugar, astuta criaturita?”. |
the weapon can be used in non-freeze teams when you use esco as just an sub-dps and by other charac...