Las mil noches (VI)

Las mil noches (VI)
Las mil noches (VI)NameLas mil noches (VI)
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyBook, Las mil noches
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DescriptionUna antología de relatos compilada por un erudito itinerante que viajó por la selva, el desierto y la ciudad en la época de la gran catástrofe. Dicen que la obra original contenía una infinidad de cuentos, pero lo que nos ha llegado hasta hoy no es más que una pequeñísima parte.

Item Story

El cuento del cazador de pájaros

Esta es la historia de un viejo cazador de pájaros.
En el norte del reino había un espeso bosque en el que vivía una especie de aves capaces de imitar la lengua humana. Solían reunirse como una nube cada atardecer, volando entre los altos árboles con brillo irisado de plumas y un incesante parloteo. Pero en el bosque también había un anciano, seco, ajado y andrajoso como un salvaje, que pasaba todo el día intentando dar caza a estas aves.
Igual que cada árbol majestuoso fue una vez un pequeño brote, el viejo también fue una vez un apuesto joven. Había crecido en una aldea colindante al bosque, y todos lo apreciaban por su habilidad, buen porte y bondad. Todas las muchachas de la aldea suspiraban por él, pero su corazón ya pertenecía a otra. Ella era una joven sacerdotisa que servía en el bosque y gozaba de su gracia, por lo que los milagros que ella solía hacer delante del joven lo dejaban siempre fascinado.
El joven pensaba a menudo que daría lo que fuera por poder estar con ella hasta el final de sus días.
Pero lo bueno nunca dura. El reino se embarcó en una cruenta guerra y llamó a filas a todo varón capaz, incluyendo al joven, que tendrían que partir a tierras lejanas. La noche antes de su partida, el joven vio por vez primera llorar a su enamorada. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas como rocío sobre una hoja para caer en el corazón del joven. Sin saber el motivo real, el joven creyó que su inminente separación sería el motivo de tal congoja, y se apresuró a hacerle votos y promesas, pensando que aliviaría sus penas.
Con el dolor marcado en el rostro, la muchacha no respondió a tan resplandecientes votos. Tras unos momentos de silencio taciturno, le dijo al joven que le enviaría a los pájaros habladores para llevarle a lo lejos sus palabras de añoranza. “Qué forma tan extraña de usar su poder”, pensó el joven, “pero quizás quiera así asegurar mi amor”.
Así que el joven asintió.
Al siguiente día, el joven partió para cumplir su deber de soldado. “Terminará pronto”, pensó. Pero la guerra nunca terminaba y, cuando al fin lo hizo, la barba poblaba su cara, un brillo agudo y feroz iluminaba sus ojos y los callos de blandir su arma recubrían sus manos.
Lo único que le traía solaz en tan despiadada guerra eran los pájaros enviados desde su hogar. Como guiados por una mano divina, siempre llegaban en noches de calma para traerle las dulces palabras de la joven sacerdotisa: de lo que lo añoraba, los insignificantes cambios en la aldea, o lo pequeños versos que le dedicaba.
La larga separación no disminuyó ni un ápice el amor del joven por la sacerdotisa. Al contrario, como si fuera un gran monumento, se asentaba con firmeza en su corazón.
Nada más acabar la guerra, el joven regresó a su aldea presuroso, con la intención de desposar a su amada. Pero allí le esperaba la noticia de que una grave enfermedad la apagó en una gélida noche poco después de la partida del joven.
“Imposible”, pensó el joven. Pues la misma noche anterior un pájaro le había recitado los versos que ella escribió para él.
Irrumpió en el jardín y abrió a la fuerza los aposentos de la joven. Allí dentro, incontables pájaros parlantes aguardaban en la penumbra ser despertados de su sopor mágico. Alarmados por la luz del sol que pasaba por la puerta, salieron volando como una nube etérea por la puerta, alas rozando la cara del joven, en dirección al cielo y a su hogar. Por fin, el joven quedó solo, mirando a una habitación vacía.
Por fin comprendió la desolación de la joven aquella noche, y por qué hizo tan extraño acuerdo con él.
Por fin comprendió que los pájaros que huyeron asustados cuando abrió la puerta los había preparado ella en sus días postreros. Más que suficientes para llevarle sus palabras al joven durante el resto de su vida.
Las aves tienen una vida más larga de lo que la gente se piensa. A partir de entonces, el joven se dedicó a perseguir los pájaros parlantes que se esparcieron por el bosque, a perseguir el espíritu de la joven guardado en sus voces, en un intento de redimir el pecado de desbandar los sentimientos dejados por su amada para él. Como enloquecido, el joven no cejó en su afán ni de día ni de noche, apenas sin comer ni dormir, hasta que la juventud dio paso a la mediana edad, y esta a la vejez. Aunque los pájaros ya no le digan nada nuevo, aunque haya cada vez menos que recuerden sus palabras, al ya viejo cazador le retiene una única obsesión en el bosque: que pueda haber algún pájaro aún no hallado, que pueda haber alguna palabra aún no oída.
Dispone hábilmente sus trampas y encierra en jaulas a los pájaros capturados. Acaricia sus cuellos y los incita, les da el mejor grano y el agua más limpia. Luego, les dice: “Habla, pequeño, habla de mi amor, favorita del bosque. Dime lo que te enseñó”.
Y así, los satisfechos pájaros a veces cuentan una historia como esta...

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