El Gran Rey del Volcán y las Sombragujas

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El Gran Rey del Volcán y las Sombragujas
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El Gran Rey del Volcán y las Sombragujas

El Gran Rey del Volcán y las Sombragujas
El Gran Rey del Volcán y las SombragujasNameEl Gran Rey del Volcán y las Sombragujas
Type (Ingame)Objeto de misión
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DescriptionUn pergamino de tela que relata la leyenda del héroe Traoré, muy popular entre los niños de Nanatzcayan.
Esta es una parte de la historia de la lucha entre el Gran Rey del Volcán y la gente de las diversas tribus.
Si hubiera que contarla desde el principio, me temo que harían falta diecisiete días y noches enteros para acabar, de modo que los niños se dormirían y se perderían el final, que es la parte más fascinante de toda la historia.
Omitamos, pues, la parte inicial, que al menos para los oyentes, es la menos importante.
Y empecemos directamente por la sombra del Gran Rey del Volcán y las Sombragujas de las Montañas Cristasulfúricas.

La historia tuvo lugar en la época en la que las bestias gigantes ya habían desaparecido de la tierra y el oscuro Gran Rey del Volcán había ocupado el Volcán Tollan.
Dicho lugar solía ser el hogar de los grandiosos dragones, pero eso no es lo importante. El caso es que, cuando los dragones huyeron del fuego, el volcán fue ocupado por el astuto Gran Rey del Volcán.
Ya nadie sabe qué aspecto tenía aquel rey, pero los ancianos tribales que sí lo habían visto decían que se trataba de una especie de salamandra gigante de un color situado entre el negro y el morado. En la antigüedad, había gente que confundía las salamandras con los dragones, pero en el presente, todo el mundo sabe que no son lo mismo.
En fin, el Gran Rey del Volcán cometió todo tipo de atrocidades en Natlan: se bañaba en los manantiales del mar que había en la tierra, contaminaba el Pueblo de los Manantiales y expulsaba unos aires ardientes en los Retoños Arbóreos. Lo peor que hizo fue tragarse toda la Comunidad de la Feracidad. De no ser porque los Tatankasaurios y los guerreros unieron fuerzas para atravesar su estómago mientras dormía, habría ocurrido una tragedia.
En resumen, el Gran Rey del Volcán hizo tantas maldades que ninguna tribu de Natlan lo podía soportar más.
Un día, mientras estaba recostado sobre su volcán observándose su oscuro cuerpo, al Gran Rey se le ocurrió otra idea perversa:
“El fondo del volcán está más oscuro que una noche sin luna. Ya ni siquiera puedo ver mi propio cuerpo.
Dicen que al este, en el valle de los Vástagos del Eco, hay un sinfín de gemas radiantes. Si me las trago todas, por mucha oscuridad que haya a mi alrededor, mi tripa relucirá tanto como las estrellas en una noche de verano”.
Dicho esto, se dio la vuelta y decidió llevar a cabo su plan.
Sin embargo, el Gran Rey del Volcán era tan grande que no se dio cuenta de que un pequeño esciúrido volador había oído todo lo que había dicho.
La diminuta criatura se apresuró para contárselo a una flogistabeja, y esta voló muy alto para contárselo a un diploceronte que estaba comiendo hojas. El diploceronte, por su parte, le contó el secreto a su mejor amigo Tepetlisaurio, que justamente era el compañero saurio de Traoré, el anciano de los Vástagos del Eco.
Y así, gracias a su fiel compañero, el anciano Traoré se enteró de que el Gran Rey del Volcán quería robarles las gemas.
Sin embargo, aquel era muy mal momento para los Vástagos del Eco, ya que el guerrero más fuerte de la tribu, el jefe Sundiata, se había ido junto al héroe Ténoch a una isla occidental para detener el avance de las bestias oscuras. Por tanto, no podía regresar a tiempo para luchar contra el Gran Rey del Volcán.
Sin más remedio, Traoré y los guardias de la tribu pidieron ayuda a las Wayob, pues todo el mundo sabía que estas representaban tanto la sabiduría como a las almas más extraordinarias.
Gracias a las Wayob, Traoré encontró la manera de vencer al Gran Rey del Volcán, por lo que él y sus guerreros se prepararon para hacerle sufrir.

El Gran Rey del Volcán hizo que el volcán escupiera un humo negro, el cual utilizó para esconderse y llegar al valle donde residían los Vástagos del Eco.
Cuando llegó a las Montañas Cristasulfúricas, se encontró con un pequeño humano tribal que parecía llevar mucho tiempo esperándolo. Aquel humano era el mismo Traoré.
Traoré dijo: “Oh, Gran Rey del Volcán, hace tiempo que sabemos que vendría hasta aquí. Desde hace tiempo pensamos que es usted tan grandioso que solo merece ser ornamentado con nuestras mejoras gemas. Es por eso que las hemos colocado todas en una cámara rocosa que hemos construido específicamente para ello”.
“¿Cómo sabían estos insignificantes humanos que iba a venir a robarles las joyas?”, pensó para sí el Gran Rey del Volcán.
Sin embargo, como era el magnífico Gran Rey del Volcán, aquello no le importó lo más mínimo y siguió alegremente a Traoré hasta la cámara, pero, al verla, hubo algo que le sorprendió.
La entrada tenía el tamaño de un humano, así que era demasiado pequeña para una salamandra tan grande como él.
“¿Esta es la cámara que han preparado?”, preguntó a Traoré mientras expulsaba un humo furioso. “¿Cómo se supone que voy a entrar?”.
“Ay, es que tuvimos que darnos mucha prisa para dejarla preparada... Mírenos, no somos más que unos diminutos humanos incapaces de construir un palacio en el que quepa su grandiosidad. Mas no se preocupe, pues puede meter la pata y llevarse las gemas que hay el interior”, respondió Traoré.
“Pero no tengo forma de ver qué hay dentro... Humano astuto, ¿pretendes engañarme con tus viles trucos? ¡Seguro que en esta cámara hay alguna trampa que herirá mis patas!”.
“Su majestad, no se preocupe. Entraré yo primero y luego usted meterá la pata. Así, si realmente existiera alguna trampa, me matará a mí también. A mi tribu le encantan las gemas, pero somos cobardes y nunca nos arriesgaríamos a hacer algo así”, explicó Traoré.
“Eso es verdad”, pensó el Gran Rey del Volcán. Los pequeños humanos valoraban mucho su vida, ¿por qué si no habrían preparado esta ofrenda de gemas antes de que él llegara?
Traoré entró en la cámara de piedra con un silbato de oro en la mano, y unos segundos después, el Gran Rey del Volcán metió una pata.
Resultó que era verdad que la cámara estaba llena de joyas. Traoré llenó la pata del Gran Rey del Volcán con gemas y minerales, hasta que esta se hizo cada vez más grande y ya no cabía por la entrada de la cámara de piedra.
¡Ese era el momento!
Traoré sopló el silbato de oro.
Los valientes guerreros de la tribu, escondidos en la cámara de piedra, empezaron a rezar para que las Wayob les prestaran su poder. Y así, la Wayob de los Vástagos del Eco les prestó cuatro agujas —tres cortas y una más larga— y las sopló contra el Gran Rey del Volcán.
En el aire, las agujas absorbieron el poder de la Wayob y de la gente de la tribu y se convirtieron en columnas de flogisto gigantes.
Fue en ese momento cuando el Gran Rey del Volcán se dio cuenta de que le habían tendido una trampa. Maldijo a los humanos traicioneros, pero como tenía la pata llena de gemas, no pudo ni abrirla ni sacarla de la cámara.
¡Una, dos, tres!
Tres pequeñas columnas de piedra clavaron su oscuro brazo en las Montañas Cristasulfúricas.
Antes de que cayera la columna más larga, el Gran Rey del Volcán, desesperado, se arrancó la pata de un mordisco y huyó.
La pata se quedó allí clavada y, como era tan negra como una sombra, los pilares de piedra que hay en las Montañas Cristasulfúricas pasaron a ser llamados “Sombragujas”.
Al final, la Sombraguja más grande y larga no cayó porque el Gran Rey del Volcán se arrancó la pata y huyó antes de que eso pasara. Mientras dicha Sombraguja siguiera estando en las Montañas Cristasulfúricas, el gran rey no se atrevería a volver a pisar el territorio de los Vástagos del Eco.
Y colorín colorado, el cuento del Gran Rey del Volcán y las Sombragujas se ha acabado.

Pero ¿qué fue de Traoré, que se usó a sí mismo como cebo? ¿Cómo salió de la cámara de piedra si el Gran Rey del Volcán la había bloqueado con su pata?
Seguramente poseía alguna habilidad formidable que le permitió hacerlo. Al fin y al cabo, después de aquello, surgieron muchas leyendas sobre él.

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